7/14/13

24 horas en Porto

Llego a Porto a las 17 de la tarde y solo pienso en darme diez duchas de agua fría.
El viaje desde París ha sido largo y duro. Apenas he dormido y solo he tomado unas fresas en el aeopuerto de Beauvais.

Estoy hambrienta y sucia.




Llego al hotel y me ducho durante más tiempo del que debería. Hay fruta de cortesía y la tomo en la cama como si fuera un regalo del universo.




Salgo a pasear.
En el viento se siente el mar que no veo. Observo hasta que cae la noche, a las personas, las calles, el idioma. El efecto mariposa y la teoría de los multiversos resuena en cada esquina. La ciudad me hace sentir, que ya he vivido aquí, haciéndome creer que ya conozco estas calles, a estas personas, este idioma.



Aquí las sandías tienen pepitas, el vino es verde y sagrado, los obispos sin sangre parecen estrellas de rock  y la gente merienda cebollas crudas bañadas en vinagre y limón.



Hay cabinas rojas por todas partes, de inconfundible aire inglés gritando que William James estaba en lo cierto.



Los comercios (algunos tocados de muerte y tristeza) parecen fechados en un verano imaginario de hace 20 años al que me encantaría huir.



La luz, se cuela de forma perpendicular entre las calles haciendo brillar los edificios, estampados como un vestido de Carven.




Puedes ver que tienen manos, boca, ojos. Te observan. Puedes mirarlos y adivinarlos, como si las historias se transparentaran a través de sus paredes. 



Son auténticos y sinceros, como la ciudad entera. Como el sabor de las cebollas en vinagre.

Ceno una francesinha por recomendación popular, y descubro que es un croque madame al que han violado con carne y patatas congeladas. Me da por pensar que quizá el nombre de "francesinha" no sea sino un pequeño chiste interno portugués.

Por la noche, duermo con el balcón abierto para dejar entrar el aire con olor a sal y en la cama pienso en las historias de amor salvaje y soledad que me gustaría vivir con esta ciudad.



Al día siguiente descubro el tranvía, la estación de tren, el viejo mercado y la orilla del río Duero.
Paseo durante horas y mi mente está entre Porto y París. Encuentro el árbol perfecto para recuperarme del terrible calor. Mi mente entonces se pierde en algún punto intermedio entre Porto y París. Pienso en la alarma de guerra que escuchamos en las puertas del desfile de Eliee Saab, y siento esto (  ) .
Que no soy nada, ni estoy en ninguna parte.



Cuando no aguanto más por el cansancio y el calor entro en un restaurante que tiene un coche pegado a la pared. No se me ocurre un mejor sitio para comer.
Me dan una cantidad de comida pornográfica por 4.50.
 

En el ticket observo que el restaurante se llama Café París y eso me hace sonreír, como si este lugar fuera a conseguir unir las partes de mí que he ido dejando entre las dos ciudades.

El Café París, está casi vacío. Me siento en un banco de madera cerca del ventilador.
Como despacio.
Un chico toma café y me mira fijamente mientras hace algunas anotaciones en una libreta.
Veo comer a las camareras de una en una, en una mesa frente a la barra.
Todas leen el periódico mientras comen y si tienen smartphone no lo sacan durante toda la comida.
Saboreo mi plato. Todo está delicioso.

Llevo 5 días sin dormir más de 6 horas seguidas. Hoy es jueves, y es la primera comida que hago sentada desde el domingo pasado. Aún así, miro a las camareras reírse tras la barra y siento que este es, sin duda, uno de los momentos más felices de mi vida.